jueves, 16 de diciembre de 2010


coleccionaré lunares de cuellos dispuestos a calor de estas manos

viernes, 3 de diciembre de 2010

busco amor... o cualquier cosa que se le parezca

martes, 26 de octubre de 2010

este silencio




Este silencio que se confunde con los movimientos de la respiración,

con el rítmico latido de vida que crece en el pecho.
Germina en verde entre la enredadera de mis dedos,
susurra en tenues notas y en prolongados silencios.
Reclama como suyos los ruidos silenciosos de la brisa del mar,
se cree dueño de todos los silencios.

Calla en mis adentros y en cobardía crece

Desde este silencio es que te llamo,
mas por ser silencio no escuchas, no vienes, ni te espero

sin embargo sonrìo,
y en silencio,
sueño



sábado, 11 de septiembre de 2010

Doña Virginia, a propósito del 11-09-1973

Todos los días doña Virginia nos mandaba a comprarle cigarros. Decidir a quién correspondía el mandado nunca fue problema, pues la comisión era tan generosa y el encargo tan frecuente que mi hermana y yo no tardamos en organizarnos y compartir ganancias. En aquel tiempo nos vendían cigarros con tan sólo decir que eran para un adulto, por lo que mis tiernos seis o siete años nunca fueron impedimento para hacerle el mandadito a doña Virginia. Un generoso helado o un tarrito de leche condensada nos acompañaban a mi hermana y a mí después de una fugaz visita a la pulpería de la esquina.

Ella, pelo profundamente negro y voz grave y amorosa con vetas de tabaco y café, vestida en el batón blanco de siempre -o quizás era que tenía varios iguales-, esperaba en el corredor de su casa a que se asomara cualquier carajillo para mandarlo a la pulpe. El rumor de que era bruja por un lado desapareció a los mocosos que pasaban esperando que necesitara el mandado, pero por otro lado, más adelante hizo irresistible la invitación que nos hizo a güilas y no tan güilas al corredor de su casa para contarnos historias de terror.

Tardaron en ser las cinco y media de la tarde cuando ya estábamos sentados en círculo a su alrededor. Alumbrados tan sólo por la tenue luz del atardecer nos moríamos de miedo a medida que aquella mujer nos conducía por las leyendas más tenebrosas que habíamos escuchado. Ella con su pelo largo, oscuro y alborotado, su bata, su voz profunda y su dramatismo, nos decía que la llorona merodeaba con desgarradores lamentos por el río que corría detrás del barrio. A nadie se le ocurriría cuestionar la veracidad de sus palabras, todo lo contrario: en el barrio se rumoreaba que la llorona era su amiga íntima, que pasaba a visitarla y a tomar café mientras que en infinitas tertulias colmadas de silencios intercambiaban nostalgias y con miradas ausentes pensaban en sus desaparecidos.

A pesar de que vivíamos a la par, a Marianita y a mí nos metían a la casa a las seis en punto, salvo poquísimas excepciones en las que conmovíamos a mi mamá diciéndole que nos contaban cuentos de mariposas. A pesar de que en alguna ocasión la excusa era cierta, no nos creyeron muchas veces, pues cuando de miedo se trataban las historias era imposible para mi hermana y para mí dormirnos, lo que implicaba tanto para mis papás como para nosotras una noche colmada de sobresaltos y una mañana de luchas épicas para levantarnos y cumplir con las responsabilidades escolares.

En ocasiones una sola historia bastaba para no dormir tres noches seguidas. Por eso yo solía pensar que aquella enigmática mujer, a la que entre leyendas y cuentos se le asomaba un cariño gigante para cada mocoso aterrado que le hacía círculo en su corredor, nos contaba sus historias más aterradoras. Años después, entre el asombro y la tristeza, mi mamá me sacó del error. Las historias más aterradoras suelen ser más reales de lo que imaginamos en la infancia, y fue justamente a ella a quien se las contó.

El 11 de setiembre de 1973, con el golpe de Estado al gobierno del Presidente Salvador Allende comenzó el terror. Fue bajo el yugo opresor de Pinochet que en 1974 fue arrestado el esposo de doña Virginia, Carlos Pérez Vargas, quien sumaría a la lista de miles de desaparecidos. Con la desaparición de su esposo, ella fue sentenciada a vivir el infierno de las burocracias represivas que niegan, esconden y ridiculizan el dolor de miles de mujeres que buscaron a sus seres amados. Fue sentenciada al dolor de las filas interminables, las acciones penales infructuosas, al miedo, a días y noches de una amarga soledad empapada de incertidumbre. Sin saber del paradero de su esposo tuvo que abandonar Chile.

A los 70 años, el ineludible paso del tiempo y los pares de cajetillas diarias que con inocencia llevábamos hasta su casa, dieron muerte a Doña Virginia. Ella murió con el amargo sabor de la incertidumbre que le acompañó durante tantos años. Luchadora incansable, más fuerte que el dolor...

Yo no sé que hacía Virginia Grütter en esa sucursal que tiene Macondo en Costa Rica, llamada Turrialba. Para mí ella era la vecina de voz potente y amorosa que nos contaba cuentos. Hoy es un motivo más para no olvidar a la injusticia y a sus perpetradores.



foto tomada de acá


martes, 27 de abril de 2010

Furia


Dos caballos negros cargan con esta tumba

Furia, ese es el nombre de uno de los caballos negros. Tras su galope siempre deja un rastro de boñiga hedionda, creando un camino que parece interminable de una mierda lodosa y mal oliente que no parece boñiga, si no mierda humana.

Atrás, las almas tristes que acompañan a la muerte caminan sin cautela de la sustancia viscosa y mal oliente que se embarra en sus pies. Parece no importarles, y más bien pierden su mirada en las enormes y oscuras nalgas del caballo negro del que brotan los manantiales de mierda, con la mirada ausente de quien siempre mira sin ver y escucha sin oír.

Camino con ellos, con tanto cuidado de no llenarme de mierda que termino metiendo la pierna entera en uno de los pozos. Siento la mierda deslizarse entre los dedos de mis pies, deslizarse por mis muslos y apretarlos hasta dejarlos casi inmóviles, con pocas esperanzas de escape. Poco a poco, voy quedando como dormida entre los aromas, y levemente percibo como algunos caminan sobre los dedos de mi mano, sobre mi espalda, incluso pretenden caminar sobre mi cabeza, con tal de seguir contemplando el manantial de mierda que fluye del culo del caballo negro.

Me veo ahí, hundiéndome hasta el fondo. No sé cómo salir, pero sospecho que para escapar tendré que terminar cabalgando la tumba cargada de muertes, de lutos, tirando hacia la dirección contraria, siempre tirando hacia la dirección contraria.

Aún no sé cómo se llama el otro caballo.

sábado, 24 de abril de 2010

hoy me sé dueña de mis tristezas

jueves, 15 de abril de 2010


Si guardo silencio por favor que no te asuste.

Si esquivo tus ojos procura que no te alarme.

Si mis manos se esconden, por favor discúlpame.



no hay nada malo, nada que se esconda

simplemente ya amaneció,
y la claridad de la mañana me inundó el pensamiento
y me embargó los sentimientos

viernes, 26 de marzo de 2010


había olvidado el dulce amargo de esta tristeza

martes, 23 de marzo de 2010


los silencios

las gotas de rocío que recorren mi espalda

la luna

los destellos multicolor de tu mirada ausente




el ruido, los silencios

la copa de vino

el sudor

la respiración

la complicidad

la belleza

el movimiento

la contemplación



la mirada, los silencios

la conversación, los silencios

la música, los silencios



el adiós
y el silencio cómplice de la despedida







miércoles, 10 de marzo de 2010

los nuevos tiempos incluyen dulces de coco y un corazón con ganas de querer.

miércoles, 6 de enero de 2010

proposito 2010

para este 2010 me propongo firmemente olvidarte
olvidarte
olvidarte
...
o al menos que me dejes de doler...

algo grita en mí que también olvide esa ilusión de volver a ser tan amada y de volver a amar con tal locura...

o como dice la canción, dejar la ilusión de que vivir es indoloro...